viernes, 24 de febrero de 2012

Rapa Nui: Isla de Pascua (Parte 2)

 
 
extraído de 'El Reino Interior' por Waldemar Verdugo Fuentes
 


A él todo el mundo le consulta todo. Aunque jamás sale de su casa, sabe todo lo que sucede porque durante el día desfila por su patio al menos la mitad de los lugareños. Don Cristóbal Pakarati es como un viejo patriarca, y allí nadie duda que es uno de los hombres del sitio que preserva la sabiduría de Te Pito o Te Henúa.
 
El es capaz de transmitir la maravillosa leyenda perdida de la isla y de su gente.
"Había una vez un continente llamado Hiva, donde un terrible cataclismo sumergió sus vastos territorios en el mar. Para salvar parte de su raza, un rey llamado Hotu Matu'a se embarcó y navegó hasta dar con este lugar que nombró Te Pito o Te Henúa, el Ombligo del Mundo. Llevaba consigo a sus guerreros, mujeres semillas, plantas y animales, desembarcando en la única playa de la isla: Anakena.

Como los isleños de hoy, ellos eran individuos de elevada estatura, de complexión vigorosa y aspecto fuerte con rasgos de corte fino, que recorren la isla montando su caballo, un símbolo de respeto vigente; con sus mujeres, las más bellas de Polinesia, de exótica belleza, cuerpo delgado y flexible y un inquietante quiebre de cadera al caminar, de carácter enérgico pero dulcísima; trajeron su idioma, con inflexiones polinésicas pero absolutamente incomprensible.

Es posible que antes de la llegada de Hotu Matu'a la isla ya tuviera algunos habitantes, en todo caso los recién llegados implantaron su propia sociedad constituida en numerosas tribus. Vivían de la pesca y de la agricultura y tenían ingeniosas costumbres para dominar la naturaleza.

"Posteriormente llegó una segunda emigración. Algunos dicen que salieron desde las cavernas de la isla, que se abren a caminos que unen bajo tierra todos los continentes. Eran una raza más baja y ancha que los altos y delgados descendientes de Hotu Matu'a. Estos fueron probablemente iniciadores en la fabricación de las fabulosas estatuas de piedra esparcidas por toda la isla. Aunque otros dicen que ya estaban desde antes.

Tenían la costumbre de estirarse los lóbulos de las orejas y de allí su apodo de orejas largas. Los moais no eran divinidades sino algo así como retratos de personajes importantes. Estas figuras enormes de piedra, algunas de más de 90 toneladas de peso, tenían una extraña y descomunal fuerza energética. Todas fueron talladas en la ladera del volcán Rano Raraku, sin más instrumentos que trozos de piedra, puesto que sus autores desconocían el metal.

Su fabricación requería miles de horas-hombre y su traslado es tan incomprensible como la técnica de construcción de las pirámides de Egipto, con la diferencia de que en el caso de la isla de Pascua nunca hubo millares de esclavos dedicados exclusivamente a hacer moais, ya que su población nunca pasó de los 5 mil habitantes. Por eso a pesar de todas las investigaciones que se han hecho, todavía no se sabe cómo los isleños bajaban esas moles de piedra desde las alturas del volcán, y cómo las trasladaban por toda la isla y cómo las ponían de pie. Y encima le colocaban un sombrero de piedra que pesaba otras varias toneladas."
Los Rapa Nuis, desde que los primeros extranjeros los interrogaron hasta hoy día, responden que los moais se movían con mana: un poder de la mente que los arikis practicaban comúnmente en beneficio del pueblo. Ese mismo poder, que movía toneladas de piedra a través del aire, atraía el pescado hacia sus costas y ayudaba en la germinación de las semillas.
 
Investigadores modernos no han podido explicar a ciencia cierta qué tipo de fuerzas utilizaron para trasladar los enormes trozos de piedra, pues sin duda la tracción animal es imposible en este raro sitio magnético en que las gallinas vuelan y ponen sus huevos escondidos en la incipiente vegetación. De todas maneras, las fotos en que vemos reproducciones de estas fantásticas estatuas no tienen nada que ver con las de su lugar de origen, que parecen ser simplemente seres escapados de un país de gigantes.
 
Las zonas de Vaihu y Akahanga eran sus puntos más densos de población; ahora pueden verse en el lugar numerosos ahus, sus altares a los Dioses de piedra, varios semidestruidos. Frente a los ahus se construían ordenadamente las casas de piedra de no menos de un metro de alto por cuatro de largo, unidas una junta a otra para depositar los restos de los muertos ilustres y muchos otros objetos del poblado.
 
Luego les colocaban encimas los moais, estos gigantes de piedra con esa forma de hombre de orejas y nariz sumamente largas, como las caras mismas, de labios finos que parecen apretados y ojos que semejan un mirar lejano, como oteando el cielo, con el cuerpo cortado a la altura de la cintura y los brazos formando parte, en bajorrelieve, del tórax; a los que encima plantaban su tocado o pukao, de otras varias toneladas de peso esculpido en piedra volcánica de color rojizo, que en la actualidad pocos conservan, especialmente porque casi todas las esculturas de los ahus terminaron de ser derribadas de sus podios por los evangelizadores católicos que pasaron por la isla hasta finales del siglo XIX.
 
Un ahu, el llamado Heki'i tiene siete metros de altura. En Tahai, lugar cercano al puerto de Hanga Roa, donde se celebran exposiciones permanentes de arte nativo, se desenterró de un ahu una cabeza esculpida de extraña forma, de tipo redondeado y ojos hundidos. Cabezas del mismo estilo quedaron al descubierto en Tongariki, otra zona de la isla, con el maremoto que azotó a Chile en 1960.
 
Los ahus, entonces, representan una época secreta y esplendorosa de Pascua, porque eran una forma de agradecer a sus Dioses por el agua, las frutas, el sol, la luna, el trueno y el relámpago del mar, la buena pesca y la simple unidad de las tribus, cuando todos aportaban lo suyo, porque si los orejas chicas tenían la escritura y un orden social, los orejas largas tenían toda la fuerza necesaria para moldear la piedra a imagen y semejanza de sus sueños.

La isla carecía de minerales, contaban sólo con roca y se dedicaron a ella, fueron también competentes arquitectos además de hábiles escultores; por ejemplo, las casas de la aldea sagrada de Orongo fueron construidas con un singular sistema de superposición y contrapeso de lajas que es único en el mundo. Con ese mismo estilo construyeron sus templos y monumentos hasta de 14 metros de altura, utilizando piedras de unos 40 kilos de peso. Desafiando la gravedad mediante el recurso del contrapeso y el abovedamiento daban variadas formas a estas construcciones; vemos una de ellas en forma de pez.
 
En cierta época cobra una gran importancia el extraño culto a un hombre-pájaro, el Tangata Manu (o Manutara), cuya ceremonia tenía lugar en el sitio ceremonial de la ciudad sagrada, en torno del volcán Rano Kau, en el extremo sur de la isla; del hombre-pájaro existen numerosos petroglifos en la zona, en todos se muestra semejando una cara humana detrás de una escafandra que toma forma de pico de ave, o simplemente es esférica; sépase que hay figuras en la piedra en que se ve a este hombre-pájaro cubierto por extraños artefactos y lleva ¡botas!
 
Pero Orongo era también ciudad levítica (residencia sacerdotal), astillero y centro de observaciones astronómicas, por eso se encuentra casi todo el sitio plagado de dibujos y tallados. A la llegada de las primeras expediciones, Orongo era receptáculo de construcciones que resguardaban especialmente las tablillas de madera endurecida con escritura rongorongo, mucha de la cual, afortunadamente, quedó también grabada en la piedra, sin descifrar aún, o todavía ocultas en alguna cavidad de las 46 cuevas que hay allí, colgadas sobre el acantilado.

Según el sistema de medición con carbono, se ha fijado hacia el año 1680 el momento en que los Rapa Nuis sufren un síncope en su cultura, posiblemente por guerras internas entre las comunidades isleñas aunadas al colapso que produjo la llegada de los navegantes pioneros desde el mar. A la llegada de los primeros visitantes europeos, su sociedad ya estaba deteriorada y no pudieron presentar oposición a los despojos y las rapiñas cada vez más frecuentes, que terminaron por decapitar la cultura local.
 
Llegó un momento en que sólo se censaron 111 nativos (entre ellos los miembros de la familia Pakarati), que habían sobrevivido a las expediciones que buscaban esclavos. Hoy, esto es historia. Cuando el gobierno de Chile tomó posesión de la isla, lenta pero segura la curva decreciente se niveló y empieza a crecer nuevamente hasta el momento actual, en que nos encontramos con una sociedad pujante y vigorosa.
 
Estos últimos años, los trabajos de investigación arqueológica han sido llevados a cabo en forma programada y con regularidad, de modo que hoy día podemos presenciar casi exactamente y a pesar del tiempo, cómo lucían algunos imponentes altares y lugares ceremoniales que constructores orgullosos de su condición de hombres religiosos y con seguridad en sus propios medios, hicieron aparecer en el centro del mundo. Hombres y mujeres de casta fuerte en que la sensibilidad, además de ser presente inmediato en su expresión escrita en las tablillas parlantes y jeroglíficos, conservan un rico patrimonio de danza y música.

Es interesante la literatura que ha inspirado Rapa Nui desde que fue descubierta. La Relación de sus observaciones que hace en la isla el inglés James Cook cuando la visitó en 1774, es un clásico de las narraciones de expedicionarios, porque aquí Cook contó con el aporte de los científicos alemanes Reihold y George Forster, que iban en su tripulación, al igual que el ilustrador de la Relación: el dibujante escocés Hodges.
 
En ocho días recorren la isla y escriben una Relación de sus observaciones: ellos definen el contraste entre los grandiosos vestigios de una poderosa y enigmática cultura y la pequeña porción de tierra volcánica habitada por una población numerosa y empobrecida. En 1786 el entonces Abate Juan Ignacio Molina considera a Rapa Nui posesión chilena en su obra "Historia Natural de Chile". En 1872 el escritor francés Pierre Loti, que viaja a bordo de la corbeta "La Flore", se lleva el Moai que hoy está en el Museo del Hombre en París.
 
Como tiene dificultades para transportarlo entero al barco, decide cortarlo con un serrucho para madera y se lleva solo la cabeza, de la cual se caen sus ojos y no logra ubicarlos (porque inicialmente, todos los moais tenían ojos blancos de conchaperla y pupilas negras posiblemente de obsidiana). Son interesantes las descripciones que Loti hizo de la isla, tanto literarias como gráficas (hizo varios dibujos de lo que vio). Afirma que durante su estancia todavía se utilizaban las casas-bote como vivienda, y describe detalles de dichos habitáculos, adornos y objetos. Asimismo señala la existencia de los hare-moa, que eran gallineros de piedra, en una época en que las gallinas fueron utilizadas como moneda entre los isleños.
 
En 1914 se inscribe la estadía de la investigadora inglesa Miss Katherine Coresby Routledge. Realiza un valioso aporte con sus inventarios de aves y plantas nativas, y escribe cuando vuelve a Inglaterra su libro "El misterio de la Isla de Pascua", publicado en 1917. En 1935 se anota la estadía del investigador francés Alfred Metraux, quien de vuelta en París publica "La isla de Pascua" (1941, Ed Gallimard), un estudio etnológico de gran valor para estudios posteriores. En 1955 y 1959 la visitan Thor Heyerdahl y William Mulloy.
 
El explorador Heyerdahl, jefe la famosa travesía a bordo de la Kon-Tiki, salió en septiembre de 1955 de Noruega a Rapa Nui, al frente de una expedición de 20 hombres, patrocinada por el príncipe Olaf, y dedicó un año a sistemáticas excavaciones arqueológicas, que narra en su libro clásico del género: "Aku-aku". En 1960 Jordi Fuentes publica su "Diccionario y gramática de la lengua de la Isla de Pascua" (Ed. Andrés Bello, Chile). En 1966 Francis Mazière publica "Fantástica Isla de Pascua" (Ed. Plaza & Janés, España).
 
En 1968 y 1969 reside nuevamente en la isla el arqueólogo William Mulloy. Su informe de restauración de sitios a base de la arquitectura y medios originales que confeccionó para la UNESCO, es un clásico del género. En 1970, Juan G. Atienza publica "Los supervivientes de la Atlántida" (España, Ed. Martínez Roca), en que plantea una tesis que involucra a los habitantes de la isla con los restos del mítico continente perdido.
 
Ese mismo año Jacques Bergier publica "Los extraterrestres en la Historia" (España, Ed Plaza & Janés), en que relaciona a la isla con visitantes del espacio que habrían construido las gigantescas estatuas. También en 1970 el investigador chileno Ramón Campbell publica "La Herencia musical de Rapa Nui", en que afirma una similitud notable entre la música de ciertas regiones de Oriente y el estudio de los textos y melodías de la música antigua de la isla.
 
En 1974 Andreas Faber Kaiser publica "¿Sacerdotes o cosmonautas?" (Ed. Plaza & Janés), que se suma a la inspiración insólita que ha despertado la isla en los escritores internacionales.
 
En 1975 llama la atención que se esté creando una imagen absolutamente fantástica de Rapa Nui, en que se la asocia con extraterrestres y se afirma que desde sus entrañas surgen túneles que llevan a la cordillera de Los Andes y los montes Pirineos... como el español Antonio Ribera, quien afirma, entre otras cosas, haber descubierto un origen egipcio de los primitivos habitantes en su libro "Operación Rapa Nui", 1976 (Ed. Pomaire)... soslayar solamente aspectos que da cada uno de estos investigadores acerca del lugar requiere el espacio de un libro entero, pero, digamos, en algo están de acuerdo: el sitio es uno de los más fascinantes de visitar.

La energía que envuelve Rapa Nui hoy día se siente en toda su enorme intensidad. A los pocos días de estar aquí comienzo a vivir esa extraña sensación de embrujamiento de la que tanto se ha hablado y escrito. Es verdad. Absolutamente real. Visitar el cráter de Rano Kau, estar en Orongo, la aldea ceremonial del hombre pájaro, ver el Ahu Tongarika, que está reconstruido pero tenia más moais y era uno de los sitios más bellos hasta que la enorme ola que vino del mar barrió con todo y dejó el lugar convertido en un cementerio de estatuas; o visitar las cavernas sembradas con flores de luz y gotas de agua, que indican las rutas en los caminos secretos que llevan a la ciudad sagrada en el interior de la Tierra, todo el sitio es un espectáculo maravilloso.
 
En noche de luna llena visitando el cráter del Rano Raraku, la cantera que aprovisionó a los pascuenses de la piedra necesaria para sus estatuas, uno entra en un enorme escenario con actores de piedra listos para iniciar su acto; abundan las hachas líticas con que canteaban; se ven numerosas esculturas a medio construir, unidas todavía algunas a la cantera del cerro.
 
Existe allí un moai inacabado de 24 metros de alto y unas 100 toneladas de peso. Todo irradia la terrible fuerza de la isla, y cada persona que la pisa piensa en algún momento en no dejarla nunca más, en quedarse para siempre. Porque estar allí es cierto que es como estar parado en el lomo de un ser vivo, una bestia del mar cuyo cuerpo son las extrañas e inexploradas cavernas que se extienden bajo tierra.
 
La ubicación exacta de la Isla de Pascua, Rapa Nui, es al Este del sol y al Oeste de la luna. Y sus cuevas son un enigma permanente en las relaciones del mundo interior

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